Presentadas como supuestos referentes “neutrales” de las preferencias electorales, hoy las encuestas se utilizan como instrumentos propagandísticos para persuadir a los votantes indecisos.
En teoría, queridas y queridos lectores, las encuestas son estudios que reflejan las opiniones, aficiones y comportamientos humanos mediante sondeos de opinión. Eso está claro. Lo turbio está en la forma en la que se interpretan esos estudios.
Y es que para nadie es un secreto que los resultados de estas mediciones dependen, en buena medida, de quien solicita y paga los sondeos.
Casi como regla general, quien financia una encuesta resulta favorecido por ese estudio. Ejemplos sobran a nivel local y nacional.
Sin embargo, especialmente en este proceso electoral federal estamos ante un uso tramposo y parcial de los resultados de los estudios demoscópicos, sobre todo en lo que respecta a las candidaturas presidenciales.
Y es que mediante la publicación en diferentes medios de comunicación de resultados parciales de encuestas se pretende crear la percepción de una avasallante preferencia a favor de Enrique Peña Nieto, candidato a la presidencia de la República por la coalición Compromiso por México.
Me explico. Según los resultados de las encuestas de GEA-ISA y Mitofsky publicadas en los periódicos Milenio, La Razón y todos los de la Organización Editorial Mexicana (OEM) –incluido, por supuesto, El Sol de Tlaxcala- Peña Nieto tiene una ventaja de más de 20 puntos respecto de Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador.
Sin duda, el dato parece demoledor; pero no lo es. Y no lo es cuando se considera que esos porcentajes se obtienen a partir de lo que los conocedores del tema llaman “preferencia efectiva”.
La preferencia efectiva, en términos simples, corresponde al número de encuestados que sí dieron como respuesta el nombre de un candidato, cualquiera que haya sido éste.
Lo anterior quiere decir que todas las respuestas de quienes contestaron que aún no han elegido a su candidato o que podrían no votar son eliminadas del universo de encuestados. Eso reduce considerablemente la muestra y, como consecuencia lógica, amplía la ventaja del puntero haciéndola lucir casi inalcanzable.
Para dar una idea de la real ventaja que existe entre Enrique Peña Nieto y los aspirantes del Partido Acción Nacional (PAN) y del Movimiento Progresista bastaría decir que, en promedio, el 40 por ciento de los participantes de una encuesta responde que no votará y otro 20 por ciento contesta que no tiene definido su voto.
Con base en lo anterior tenemos, queridas y queridos lectores, que las respuestas de 6 de cada 10 entrevistados son eliminadas de las tendencias con las que nos topamos casi a diario, y que la quimérica ventaja de Peña Nieto se basa sólo en las respuestas de 4 de cada 10 encuestados. De risa, ¿no?
Así que en el mejor de los casos resulta que el candidato priísta tiene apenas 2 de cada 10 votos; mientras que López Obrador y Vázquez Mota están con uno por bando. Perdón por no mencionar a Gabriel Quadri de la Torre, pero en la lógica en la que estamos su participación es marginal.
Después de esto, juzgue usted, amiga y amigo, si de verdad es infranqueable la ventaja del candidato de telenovela que a través de spots de radio y televisión le pide su voto para continuar con su historia rosa de éxito, en un país teñido de rojo por una guerra azul sin sentido.
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