El asesinato el pasado 28 de marzo del hijo del poeta mexicano Javier Sicilia fue el detonante para que decenas de miles personas tomaran veinte ciudades del país azteca, en una macro marcha en contra de la violencia del crimen organizado que, en los últimos cuatros años, se ha cobrado más de 35.000 almas. Alzando pancartas con mensajes como: “Ni un muerto más”, “más poesía y menos policía”, “no + sangre” o “estamos hasta la madre”, ciudadanos de a pié, entre los que se encontraban, intelectuales, estudiantes, profesores, profesionales, trabajadores y amas de casa, se unieron a los familiares de los desaparecidos y víctimas del narcotráfico, para protestar contra los cárteles de la droga y las políticas de seguridad del Gobierno de Felipe Calderón.
El común denominador entre los manifestantes era el clamor de justicia y cumplimiento de la ley. Dos palabras que se han visto anuladas en estos años a causa de las mafias institucionales que se tejen entre la narco política y los capos, en donde los criminales gozan de “beneficios judiciales” por algunas nada desdeñables colaboraciones en “billetes verdes”, que le garantiza tanto “protección” como penas leves por sus crímenes. Aún cuando el Ejército y los cuerpos policiales del Estado se han apuntado importantes victorias con la detención de varios jerarcas de la industria de la droga, esto no convence a los mexicanos y menos a las víctimas de los narcos como el poeta Javier Sicilia, que ya llama a una marcha nacional en Ciudad de México, si Calderón no “presenta” hasta el próximo 13 de abril a los homicidas de su hijo.
No cabe duda que la sociedad civil mexicana se está movilizando para demandar una justicia que aún no se pone de manifiesto. Una justicia invisible, efímera y etérea que de no materializarse en hechos concretos, el país podría empezar a encubar nuevos focos de violencia, que nacen del dolor, la rabia y la venganza de una ciudadanía cansada de vivir con miedo y con el temor de tener un revolver en la frente. México se encuentra expuesto ante la realidad eventual de una ola de ciudadanos que buscarán más temprano que tarde hacer justicia con sus propias manos.
El común denominador entre los manifestantes era el clamor de justicia y cumplimiento de la ley. Dos palabras que se han visto anuladas en estos años a causa de las mafias institucionales que se tejen entre la narco política y los capos, en donde los criminales gozan de “beneficios judiciales” por algunas nada desdeñables colaboraciones en “billetes verdes”, que le garantiza tanto “protección” como penas leves por sus crímenes. Aún cuando el Ejército y los cuerpos policiales del Estado se han apuntado importantes victorias con la detención de varios jerarcas de la industria de la droga, esto no convence a los mexicanos y menos a las víctimas de los narcos como el poeta Javier Sicilia, que ya llama a una marcha nacional en Ciudad de México, si Calderón no “presenta” hasta el próximo 13 de abril a los homicidas de su hijo.
No cabe duda que la sociedad civil mexicana se está movilizando para demandar una justicia que aún no se pone de manifiesto. Una justicia invisible, efímera y etérea que de no materializarse en hechos concretos, el país podría empezar a encubar nuevos focos de violencia, que nacen del dolor, la rabia y la venganza de una ciudadanía cansada de vivir con miedo y con el temor de tener un revolver en la frente. México se encuentra expuesto ante la realidad eventual de una ola de ciudadanos que buscarán más temprano que tarde hacer justicia con sus propias manos.
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