El clásico del fútbol español terminó teniendo un dueño absoluto y un ausente absoluto. Mientras que el Barcelona se paseó a sus anchas por el Camp Nou de principio a fin, el Real Madrid estuvo ausente a la cita y se fue con una goleada histórica y sin la punta.
El problema del Real Madrid claramente no fue táctico, sino de actitud: Barcelona se adueñó de la pelota de entrada y Real Madrid solamente lo miró jugar. Esa diferencia se ve en pequeñas actitudes, que son las que a la larga marcan la diferencia. Cuando Barcelona perdía la pelota, sus jugadores se desesperaban por recuperarla enseguida. En cambio, el Real Madrid retrocedía, se acomodaba hacia atrás y se ponía en una situación de espera.
Así fue que le sucedió lo peor que le puede pasar a alguien que enfrenta al Barcelona: recibir goles de entrada. Allí tampoco lo acompañó la suerte, ya que en las dos primeras conquistas hubo rebotes que favorecieron a los blaugranas. En el primero, a Xavi la pelota lo impacta atrás, pero con la fortuna necesaria para que le quede justo para definir. Y en el segundo, entre el desvío en Sergio Ramos y la mano que mete Casillas, Pedro quedó en posición ideal para empujar.
Hablar de suerte no quiere decir, para nada, que el Barcelona no mereciera la ventaja. Todo lo contrario, en el juego no hubo nada de azar, sino una supremacía completa del local, y ya con ese colchón de ventaja, las diferencias en el desarrollo del partido se fueron agrandando y trasladando al marcador.
Barçelona no tiene una referencia fija de área y eso funcionó a la perfección. Para las defensas, siempre es mejor que haya un nueve: a partir de ese punto de referencia fija, se organiza toda la última línea. El tema contra el Barcelona es que las variantes de llegada son múltiples, y entonces aparecen Messi, Pedro, David Villa y el resto por cualquier lado, dificultando la tarea de marcación.
El partido terminó siendo un clásico encuentro de los que juega Barcelona, ejerciendo un control casi absoluto del balón (la posesión fue 67% contra 33%) ante un rival que termina contemplando desde un rol pasivo. Pero, en este caso, el rival no era, como se dice en Francia, un "bidonville", es decir, uno del montón: enfrente estaba un Real Madrid pletórico de jerarquía y candidato a ser, esta temporada, el mejor del continente.
En el fondo, Real Madrid terminó jugando contra su historia, y renegando de la actitud positiva que había utilizado, hasta ahora, tanto en la Liga como en la Champions. Ni siquiera fue capaz de reaccionar en el segundo tiempo: la salida de Ozil por Diarra fue otro paso atrás para un equipo que nunca terminó de entender que defender sin la pelota tan cerca de su arco lo llevaba al suicidio.
Mourinho quiso ganarle al Barcelona igual que lo hiciera hace seis meses, con el Inter y por la Champions. Usó el mismo sistema táctico (4-2-3-1), pero con diferentes jugadores, y sobre todo, con distinta mentalidad. Las individualidades del Real Madrid tienen aún más prestigio que las del Inter y tienen más dotes técnicas, pero les falta la actitud de los italianos para buscar los resultados.
Entonces, el mismo esquema terminó teniendo un resultado bien distinto. Siguieron los dos tapones, los tres mediocampistas con salida y llegada y el punta (aunque Benzema reemplazó al lesionado Higuaín), pero al asumir un rol tan pasivo y a la vez tan retrasado en el campo, se resignó a ser un espectador de lujo.
Incluso el cambio de posición de jugadores sobre la marcha, con Cristiano Ronaldo a la derecha y Di María a la izquierda, sólo fue un intento de frenar las subidas de Dani Alves, con lo cual el argentino terminó cumpliendo un rol muy distinto al que debería haber tenido.
Fue un resultado contundente, es cierto, pero ahora hay que dejar pasar el tiempo. Todavía queda mucho fútbol en esta temporada, hay que ver cómo se acomodan los dos en la Champions, y esperar que se vuelvan a ver las caras en el Bernabéu.